Queremos que el mundo sea habitable, para toda nación que, como la nuestra, desee vivir su propia vida, decidir sus propias instituciones, disfrutar de una justicia recta, de relaciones equitativas entre las naciones y garantías absolutas contra el abuso de la fuerza y las agresiones egoístas”. El presidente estadounidense Woodrow Wilson (1856-1924) dirigía el 8 de enero de 1918 a la Asamblea plenaria del Congreso el discurso más ambicioso de su vida, el más relevante de la Gran Guerra y uno de los más notorios del siglo XX, tanto por sus consecuencias como por las exégesis que ha provocado durante los más de cien años transcurridos desde entonces.
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