En marzo de 1797, en el marco de la guerra franco-austriaca, la República de Venecia fue invadida por las tropas del general Napoleón Bonaparte. Aunque en un primer momento podía parecer que el destino de Venecia era convertirse en una “república hermana” de la francesa, muy pronto los hechos demostraron que las intenciones del general eran otras, y que Venecia iba a ser “la moneda de cambio” para que el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Francisco II de Habsburgo, aceptase la pérdida no solo del Milanesado sino, sobre todo, de los antiguos Países Bajos.
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