A mediados del siglo IV, se publicó una colección de biografías de los emperadores romanos, desde Adriano (comienzos del s. II) hasta Numeriano (finales del III), conocida como Historia Augusta. En realidad, incluía también las de algunos “delfines” (“Césares”) fallecidos antes de tiempo y otros pretendientes fallidos por uno u otro motivo. Se las reparten seis biógrafos diferentes. Las dos primeras, la del emperador Adriano y la del heredero elegido por él, pero que no llegó a sucederle por haber muerto antes, las escribió Elio Esparciano, autor de otras cinco biografías más. Aunque su valor literario es escaso y el historiográfico muy discutible, la Historia Augusta (en palabras de los responsables de la edición en castellano que manejamos, V. Picón y A. Cascón, en Akal) “adquieren una importancia excepcional, pues dicho material permite trazar un panorama claro sobre los avatares del poder y sobre otros múltiples aspectos de la sociedad imperial desde el punto de vista histórico, cultural, institucional, político, religioso, de costumbres etcétera”.
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