Hay un hermoso libro de Avelino Hernández que recorre la geografía soriana. No es una guía de viaje, pero puede servir como tal. Describe paisajes, gentes, comidas, recomienda, añora… Es una crónica escrita por alguien que estaba enamorado de una tierra y atento a sus cambios. Su título es Donde la vieja Castilla se acaba. Soria, y por él se cruzan poetas, reyes, alfareros, duques, panaderos o cónsules romanos. En un momento, el escritor se pregunta por los primeros paganos de Soria y, tras citar las pinturas rupestres del covacho del Morro o del murallón del Puntal, va directo al tema que nos ocupa: “Después fueron los celtíberos –arévacos, pelendones, titos y belos– antes de que Escipión hiciera de Numancia ‘su Hiroshima’ particular’”.
Este contenido no está disponible para ti. Puedes registrarte o ampliar tu suscripción para verlo. Si ya eres usuario puedes acceder introduciendo tu usuario y contraseña a continuación: