Nunca sabremos hasta qué punto aquel accidente cerebrovascular –a la postre mortal– que sufrió el presidente norteamericano Woodrow Wilson al poco tiempo de recibir el Premio Nobel de la Paz en 1919, tuvo que ver con su infinita frustración y su amargura al comprobar de la forma más directa posible cuán descarnadas e inhumanas podían ser la relaciones internacionales de su tiempo –o las de cualquier otro…–. Se las prometía muy felices cuando incluso antes de terminar la Gran Guerra tuvo un amplia acogida aquel tan bienintencionado como directo y sistemático documento de Catorce Puntos en los que exponía su programa para que la paz que finalmente se avecinaba fuera verdaderamente una paz duradera. Y no solo eso, sino romper con una endemoniada espiral de siglos –milenios más bien– en la que el omnipresente fantasma de la guerra había sido cruel protagonista de las relaciones humanas.
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LAS CLAVES
ORIGEN. El último de los Catorce Puntos de Wilson planteó crear una asociación general de naciones con normas de obligado cumplimiento para sus miembros.
PROBLEMAS. La no ratificación del tratado por EE UU, la imposición de la “superioridad” de los vencedores y la falta de medios para hacer prevalecer sus decisiones, condenaron el proyecto.
LEGADO. Su carácter de precedente y experiencia para el desarrollo de la ONU.
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