Los viejos soldados nunca mueren, solo desaparecen”, decía Antoine Saint-Exupéry. Parecía como si supiera cuál iba a ser su destino. Tenía demasiados años (43), demasiado peso para entrar en la carlinga de su Lockheed Lightning P-38 F-5B y demasiadas cicatrices por sus accidentes aéreos. Sus mandos no confiaban en él, pero Saint-Ex, testarudo, terminó logrando lo que más quería, contribuir a la liberación de Francia, con lo que sabía hacer: volar.
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