Quién no ha dicho, o al menos escuchado, en funerales, entierros o tanatorios, aquello de No somos nadie, acompañado de un reflexivo cabeceo? El tópico decantado en esta frase, ya tan manida, no es otro que el de la fatalista constatación de la brevedad de la vida humana, un pensamiento que ha acuciado al ser humano desde que el ser humano existe. Es lógico, entonces, que haya sido formulado de infinidad de maneras, que se remontan al origen mismo de nuestra civilización, en sus dos vertientes, la grecolatina y la bíblica. A partir de ahí el tema, convertido en tópico de la literatura moralista, no ha dejado de aparecer infinidad de veces, con mayor o menor fuerza expresiva, tanto en la literatura como en el arte. La formulación que da título a este artículo procede de la expresión latina Vanitas vanitatis que aparece al comienzo del Eclesiastés, puesta en boca de Cohelet, hijo de David, rey de Jerusalén: “Vanidad de vanidades, dijo Cohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad…”.
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