Corría el año 1968. El mundo estaba revuelto. La Guerra Fría seguía su curso. Arreciaban los bombardeos en Vietnam. En mayo estallaba la revuelta estudiantil en París. Los tanques soviéticos aplastaban la Primavera de Praga. No era, pues, casual que en las radios sonara Bob Dylan cantado aquello de “Los tiempos están cambiando”. Mientras, la gran noticia en España era el triunfo de Massiel en el Festival de Eurovisión con el “profundo” tema La, la, la.
Nuestro país había evolucionado mucho en esa década. La sociedad empezaba a ir por delante del franquismo. Los planes de desarrollo, el éxodo rural, el turismo masivo, la emigración al extranjero y el crecimiento urbano contribuyeron al llamado “milagro económico español”.
Los cambios también afectaron a la enseñanza superior. El Boletín Oficial del Estado publicó el 7 de junio de ese año un decreto sobre medidas urgentes de reestructuración universitaria. El régimen decía en su articulado responder a “las exigencias de una población creciente en las grandes ciudades”. Aunque hubo varios motivos para pensar en estas universidades autónomas, pues con ellas no solo se alejaron los problemas de orden público de las grandes capitales, sino que se imitó el modelo de campus norteamericano tan ajeno a nuestra cultura educativa.
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