Décadas después de la tragedia, Richard “Dick” Norris Williams II recordaría el enorme tamaño de aquella chimenea, todavía humeante al estrellarse contra las negras aguas del Atlántico. “Me pareció que dos coches podrían conducirse de lado a lado”. Se quedó en la cubierta, paralizado: en su colapso, la gigantesca estructura, una de las cuatro del barco que se decía insumergible, había pasado casi rozándole. A su padre, un piso más abajo, se lo llevó por delante.
Todo ocurrió como ocurren las desgracias: a toda velocidad. Momentos antes, padre e hijo, promesa del tenis suizo en busca de futuro en la tierra de las oportunidades, se encontraban en el puente del capitán Edward Smith con este y un intendente. “El barco dio un ligero bandazo, me volví hacia la proa. No vi nada más que agua con un mástil sobresaliendo. No recuerdo el golpe del agua helada, solo recuerdo pensar ‘succión’ y mis esfuerzos por nadar en la dirección de la barandilla de estribor para apartarme del barco. Antes de que nadara más de tres metros, sentí la cubierta surgir por debajo y encontré que estábamos en alto y secos. Mi padre no estaba a más de cinco metros de mí. Escuché el crac del disparo de un revólver desde la dirección donde había dejado al capitán Smith, no miré atrás…”.
Entonces ocurrió: la chimenea se derrumbó sobre el progenitor, en el preciso instante en que se dirigía hacia su hijo. Fueron apenas segundos, “me quedé paralizado, no porque la esquivase por unos metros; curiosamente, no porque hubiera matado a mi padre, por quien albergaba bastante más que los normales sentimientos de amor y apego; ahí estaba yo, paralizado, asombrado por el enorme tamaño de la chimenea” (Main Line Life, edición de 1997).
Al borde de la amputación
La gigantesca ola producida por el impacto arrastró consigo a Norris. Consiguió aferrarse a un bote salvavidas plegable, que a los efectos era poco más que un madero, al que se agarraban, literalmente como si la vida les fuese en ello, otros treinta pasajeros a la deriva del Titanic. Aquí sí fueron horas, aunque debieron sentirse como días enteros, las que el joven de veintiún años permaneció sumergido hasta las rodillas en el gélido océano. Una vez pudo encaramarse al bote, se quitó el abrigo de piel empapado que todavía vestía y aguardó, hasta que el RMS Carpathia rescató a los supervivientes. Apenas la mitad de los compañeros de Dick compartió su suerte. Pero a la estrella del tenis en ciernes, que se proclamaría cinco veces campeón de Grand Slam –hasta Roger Federer, el único tenista de origen suizo en ganar un grande–, le restaba aún una dura prueba a bordo del trasatlántico británico que le rescató.
Fue tal el daño que las heladas aguas infligieron a sus piernas, que el médico de a bordo recomendó la amputación. “Nada de eso, doctor, las voy a necesitar”, se dice que contestó, exagerando quizá la épica del momento. Solo tres meses después disputaba su primer torneo en Estados Unidos, el Longwood Challenge Bowl de Boston, contra Karl Howell Behr, también superviviente del Titanic (en uno de los primeros botes que se alejaron del barco), quien en la recta final de su carrera logró no obstante imponerse a la joven promesa.
No tuvo que esperar mucho Norris Williams para proclamarse victorioso en una competición: ese mismo 1912 ganaba su primer US Championship, el actual US Open, en la categoría de dobles mixtos junto a Mary Kendall Browne. Sus éxitos en el tenis, y en particular en este histórico torneo, no habían hecho más que comenzar. Dick recobró la movilidad de las piernas caminando por la cubierta del Carpathia. Semanas después del rescate, a salvo en tierra firme, recibió un misterioso paquete: su abrigo de piel, recuperado del bote salvavidas.
Voluntario a Francia
Richard Norris Williams II, nacido en Ginebra el 29 de enero de 1891, de padres americanos (era descendiente directo por línea paterna de Benjamin Franklin), estudió en colegios suizos, hablaba inglés, francés y alemán, y jugaba al tenis desde los doce años. Iba a ingresar en Harvard nada menos. En el Titanic viajaba, claro está, en primera clase, habiendo embarcado en la comuna francesa de Cherburgo. Aquella fatídica noche del 14 de abril de 1912 se vería además envuelto en un peculiar incidente, inmortalizado en una escena del film que James Cameron dedicó al más famoso naufragio de todos los tiempos. Poco después de la colisión del buque con el iceberg, padre e hijo abandonaban sus camarotes, alarmados por el impacto, aunque sin duda sin poder imaginar la magnitud del desastre, cuando oyeron un forcejeo. Un empleado de la White Star Line se había quedado encerrado en un compartimento. Norris consiguió liberarlo, causando daños a la propiedad de la compañía, que el trabajador amenazó con denunciar. Al fin y al cabo, el barco estaba hecho para perdurar…
En 1913, el estudiante de Harvard se proclamó campeón interuniversitario de Estados Unidos y fue convocado en el equipo americano de Copa Davis, que llegaría a ganar en 1925 y 1926, como capitán. Pero no adelantemos hechos, pues antes quedaba a Norris Williams completar otra gesta lejos del terreno de juego. En 1914 ganó su primer US Open en la categoría individual contra Maurice McLoughlin, que le había vencido en la misma final el año anterior; en 1916, el segundo, en la misma categoría, lo ganó a William Johnston.
En 1917 Norris se alistó voluntario en las Fuerzas Expedicionarias estadounidenses que combatieron en Francia con el bando aliado durante la I Guerra Mundial. También esa vez salvó la vida y fue condecorado con la Croix de Guerre y la Legión de Honor. Y también esta vez retomó la raqueta, anotándose la victoria en dobles en Wimbledon, en 1920, y en el US Open, en 1925 y 1926, además de lograr la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de París de 1924, en este caso en dobles mixtos, con Hazel Hotcshkiss Wightman.
Se retiró con cuarenta y cuatro años y, en 1957, ingresó en el Salón Internacional de la Fama del Tenis. Se empleó en los últimos tiempos como agente de inversiones y, durante más de veinte años, presidió la Sociedad Histórica de Pensilvania. La universidad de este estado recibió en donación su valiosa colección de libros, documentos y ephemera de la Gran Guerra. Norris murió el 2 de junio de 1968, a los setenta y siete años, en la pequeña localidad de Bryn Mawr, donde terminó sus días dedicado a la Historia, en mayúsculas, que había vivido tan de cerca. Sobrevivió a dos de los más funestos acontecimientos del siglo XX, ¿qué posibilidades había de eso?
Sara Puerto
*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 227.