Sábado, 12 de enero de 1544. A la puerta del convento de San Esteban, en Salamanca, un nutrido grupo de frailes dominicos prestos a partir se despide entre sollozos de los que quedan. Cuatrocientos veinticuatro días después, con la llegada de la primavera de 1545 y “con mucho regocijo y alegría” llega lo que del grupo queda a Ciudad Real de Chiapas, hoy San Cristóbal de las Casas. Han transcurrido días de alegrías y sinsabores, de esperanzas y desconsuelos, de duras caminatas por tierra y de inagotable mareo sobre las tablas de los barcos. Días que conocemos porque, al poco de salir de la ciudad universitaria, adoptaron la decisión de que fray Tomás de la Torre “escribiese todas las cosas más notables que nos acaeciesen”. Días que no concluyen con el arribo al valle de Jovel, la tierra de “grandes pastos” (Hueyzacatlán, en náhuatl), en el que Diego de Mazariegos fundara en 1528 la ciudad que se llamaría sucesivamente Villaviciosa, la Chiapa de los Españoles, Ciudad Real y hoy San Cristóbal de las Casas.
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