Al noreste de la provincia de Teruel, se encuentra la comarca más esotérica de la geografía hispana: Matarraña. Su nombre se debe al río que la atraviesa de sur a norte, que, en el antiguo mozárabe, se traduce como “tierra entre obispados” (en clara referencia al obispado de Tortosa y al arzobispado de Zaragoza). Con menos de 10.000 habitantes repartidos en un total de 18 municipios (Valderrobres es su centro administrativo y Calaceite el cultural), el Matarraña está a caballo entre el Sistema Ibérico y el Macizo de los Puertos, y es un paraíso de bosques, ríos, cascadas y pueblos que coronan colinas, a la sombra de viejos castillos roqueros. En medio, profundos valles, manantiales de aguas cristalinas y ermitas de peregrinaje. Pero, sobre todo ello, infinidad de enclaves que recuerdan la fuerza de este territorio como lugar de acogida, lejos de las grandes ciudades. Lugares que invitan al viajero –y no al turista– a ser descubiertos con los cinco sentidos. Todos ellos, alineados y enlazados por diez “líneas-ley”.

Hace  ochenta  y  cinco años, el antropólogo francés Alfred Métraux, estando en la meseta boliviana, y concretamente en el antiguo país de los aimaras, advirtió con el mayor asombro que una red de líneas que partían del templo del Sol, a orillas del lago Titicaca, enlazaban filas de altares elevados en las colinas y otros enclaves sagrados. Caminos de peregrinación donde residen espíritus nobles, quienes reciben de los romeros simbólicas ofrendas para obtener a cambio salud, suerte y la gracia de un clima bondadoso para todos los miembros de la familia. Pero también fuentes y manantiales sagrados o modestos montones de piedras que se cubren con exvotos de los peregrinos que allí se postran de rodillas para pedir a las divinidades. Desde tiempos ancestrales, estas “líneas-ley” forman parte de la cultura inmaterial de la historia de la humanidad.

Precisamente la comarca del Matarraña es la más rica del mundo occidental en estas líneas energéticas. Una herencia que, sin duda, debemos a los celtas, que convivieron en este territorio con la otra gran cultura de la España protohistórica: los íberos. Sin embargo, es a la espiritualidad del pueblo celta y a sus sacerdotes, los druidas, a quienes debemos que se hayan mantenido en el fervor generacional unas tradiciones que podemos reconstruir estudiando estos enclaves de poder, abundantes en la comarca aragonesa.

El Santuario de Valjunquera

La “línea-ley” número X, que enlaza La Fresneda con Valjunquera y se prolonga hacia Valdealgorfa (Bajo Aragón), ofrece al viajero uno de los enclaves más sorprendentes. Se trata del santuario de Santa Bárbara, en Valjunquera, donde el hombre de la Edad del Bronce (hace 3.000 años) demostró sus conocimientos de la cartografía y, a escala milimétrica, supo reproducir sobre la superficie desnuda de un bloque de roca calcárea el trazado fluvial del Matarraña, el río más sagrado para los pueblos y gentes de la Antigüedad en esta comarca.

Cartografía espiritual de España.

Su trazado es señalado con todo lujo de detalles, en sus curvas y meandros y en su curso sur-norte. Este sensacional descubrimiento se lo debemos a Miguel Giribets, investigador que, desde hace tiempo, viene estudiando los enclaves sagrados de esta comarca: “Hay muy pocos mapas prehistóricos en España, se conoce alguno en Asturias, pero la referencia tan exacta que nos ofrece este grabado rupestre sobre el trazado del río Matarraña convierte a este de Valjunquera en uno de los más valiosos del mundo”. En este exhaustivo trabajo podemos apreciar cómo el hombre prehistórico fue capaz de representar su entorno. Un cosmos natural que gira alrededor del río, la fuente de vida, donde no faltan ni los diferentes afluentes que lo alimentan a lo largo de su curso desde  los Puertos de Beceite, hasta entregar sus frescas y transparentes aguas al padre Ebro. Junto a su nacimiento, en la zona llamada El Parrisal, unas pinturas rupestres de esa época confirman que el río brota junto a un enclave sagrado para los pueblos de la Antigüedad.

El grabado de Valjunquera se encuentra a pocos metros de la ermita de Santa Bárbara, dominando una colina sagrada para los pueblos de la Antigüedad, como lo confirma la extraordinaria riqueza de cazoletas, grabados alusivos a constelaciones astrales, representaciones divinas y construcciones megalíticas. Riquezas que hoy, poco a poco, están siendo visitadas por viajeros, historiadores, arqueólogos e investigadores de todo el mundo, motivados por el conocimiento de la historia oculta.

El río de la Val del Pi

Desde el santuario hasta las colosales rocas de Peñas del Masmut, en el municipio de Peñarroya de Tastavins, se proyecta la “línea-ley” número V, que atraviesa en dirección sur un enclave de gran energía telúrica: la Val del Pi. Es una zona apartada, olvidada, conocida en nuestros días por el camping La Fresneda, un establecimiento acurrucado sobre la ladera meridional de una colina sagrada donde brota un manantial: la Font del Pi. Dentro de este territorio, el viajero puede encontrar un estanque prehistórico, un molino de harina prerromano, infinidad de cazoletas, barracas de agricultor y la reproducción a escala de la yarda megalítica del río Matarraña, similar al grabado de Valjunquera, aunque mejor conservado.

También aquí, la representación del río fue creada por los pueblos más cultos de la Edad del Bronce, quienes utilizaron la mencionada yarda megalítica: una medida de longitud, ideada por Alexander Thom, equivalente a 82,9 centímetros, con la que se llevaron a cabo las grandes construcciones de los tiempos megalíticos en las islas británicas (Stonehenge), en Bretaña (Carnac) o en la península ibérica. Tanto este grabado de la roca de Val del Pi como el del santuario de Santa Bárbara tienen de longitud exactamente 165,80 centímetros. O lo que es lo mismo, dos yardas megalíticas.

El río Matarraña a su paso por Valderrobres

El río Matarraña constituye todo un documento cartográfico que confirma cómo el hombre prehistórico fue capaz de representar su entorno. Hasta ahora se creía que los primeros mapas eran obra de civilizaciones del mundo del Mediterráneo oriental (Egipto, Mesopotamia, Grecia…), pero aquí vemos que unas humildes y desconocidas tribus que vivieron en el Bronce Final en estas tierras aragonesas supieron representar con rigor el trazado rectilíneo de su río sagrado, a escala de la yarda megalítica, para determinar, sobre la roca, los lugares más ricos en caza, los accidentes naturales, los mejores itinerarios para desplazarse, las grutas más seguras y los bosques y tierras de cultivo. Conocimientos, no obstante, que solo estarían al alcance de los sacerdotes.

Es muy probable que hace tres milenios, cuando se produjo aquel gran cambio sociocultural en la historia de la humanidad, el río Matarraña fuera navegable y, entonces, sus aguas, en su trazado de sur a norte, se convirtieran en una magnífica vía de comunicación para que los pueblos del interior alcanzaran el Mediterráneo a través del Ebro, facilitando una conexión intercultural entre los clanes de la Celtiberia Nuclear y los pueblos íberos próximos al Mare Nostrum.

Jesús Ávila Granados

*Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 210.

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