Fleming descubre la penicilina, Magallanes pasa del océano Atlántico al océano Pacífico y Marcel Proust reencuentra el tiempo perdido. Tenía cincuenta y dos años cuando murió, el 18 de noviembre de 1922, a las cuatro de la tarde. Llevaba días sin dormir, extenuado y a la vez sereno. Había sido un tipo empalagoso, irritante, liviano y plasta, el mayor escritor de nuestro tiempo. Entre el asma monacal y la superfluidad mundana, Proust alcanza una madurez muy precoz, tal vez por tanto tiempo de juventud perdida sin escribir para acabar a dieta de cerveza helada que su chófer iba a buscar al Hotel Ritz.
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