Los primeros Juegos Olímpicos se celebraron, según la tradición, en el año 776 a.C. Organizados en el santuario de Olimpia en honor de Zeus, al principio la única prueba de la competición era el dromos, una carrera a pie, a la que poco a poco se añadieron nuevas disciplinas atléticas.
Desde entonces, y hasta su prohibición por el emperador Teodosio en 393, las Olimpiadas no dejaron de celebrarse cada cuatro años y se convirtieron en el eje cronológico que articulaba la vida de los griegos. Un acontecimiento durante el que se detenían los conflictos que enfrentaban a las distintas poleis y que, tras siglos de olvido, fue rescatado a finales del siglo XIX gracias a los esfuerzos del barón Pierre de Coubertin, con su ideal de promover la paz y la comprensión internacionales a través de la competencia deportiva.
A propósito del inicio en París de los Juegos de la XXXIII Olimpiada este mes de julio, el Dossier de este número analiza el origen de las diferentes competiciones deportivas panhelénicas –Olímpicos, Píticos, Nemeos e Ístmicos–, las pruebas que practicaban los atletas, los premios a los vencedores y el renacer de las Olimpiadas modernas.
Dos investigaciones sobre el exilio y la muerte de Miguel de Unamuno, un perfil del VIII conde de Oropesa, uno de los personajes más influyentes del reinado de Carlos II, y una crónica de la exposición Tesoros reales, que permite recorrer la historia de Occidente a través de los objetos donados a Jerusalén por las principales monarquías europeas, completan, entre otros muchos temas, el ejemplar.
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