El testamento de Carlos II arrojó más sombras que luces en las cancillerías europeas del otoño de 1700. La decisión del monarca español de otorgar la totalidad de la monarquía a Felipe de Borbón, duque de Anjou y nieto de Luis XIV, fue rechazada por el emperador Leopoldo I, quien justificó la nulidad de los derechos dinásticos de las reinas de Francia de la Casa de Austria. Pese a haber contado con la tradicional fidelidad de las élites provinciales e, incluso, del gobernador general de Milán, el príncipe de Vaudémont, la corte de Viena observó cómo la Italia “española” reconocía a Felipe V como su soberano natural.
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