En fechas distintas de la segunda mitad del año 1212, el rey Alfonso VIII de Castilla, su hija la reina Berenguela y el arzobispo de Narbona, Arnaldo Amalric, relataron la victoria de Las Navas de Tolosa en cartas que dirigieron al papa Inocencio III, a Blanca, la futura reina de Francia, y al Capítulo general de los cistercienses, respectivamente.
Alfonso VIII comenzaba su carta con el agradecimiento a la ayuda recibida del Pontífice, que había concedido “la condonación de los pecados” a quienes acudieran a luchar. Relata al Papa los entresijos relacionados con la batalla, preparativos, contendientes y resultados: “Sucumbieron en la guerra cien mil hombres armados y más… Del ejército del Señor, lo que no se debe decir sin una ingente acción de gracias y que es increíble salvo que sea milagro, apenas sucumbieron veinticinco o treinta cristianos”. Por ello, el Rey, reconociendo la ayuda recibida de la cristiandad, solicitaba a Inocencio III “le ofrezcáis los frutos de los labios junto con un sacrificio de alabanza por la salvación del pueblo”.
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Excelente, pero sin entrar en los muchos detalles que dieron la victoria a las huestes cristianas.