Ubicada en el vértice meridional del Pirineo oscense, Labitolosa fue una pequeña comunidad urbana del norte de la provincia Citerior Tarraconensis cuyo núcleo urbano se ha localizado en La Puebla de Castro, en el cerro del Calvario, como cabeza de una ciuitas con categoría de municipium, muy cerca de la confluencia de los ríos Ésera y Cinca. Las excavaciones y prospecciones arqueológicas llevadas a cabo ininterrumpidamente a lo largo de casi veinticinco años, desde 1991 hasta el verano de 2013 en el cerro del Calvario, por un equipo hispano-francés (de las universidades de Zaragoza y Burdeos bajo la dirección de Pierre Sillières y Mª Ángeles Magallón), han puesto de manifiesto la importancia de una nueva ciudad romana desconocida por las fuentes literarias.
Ni siquiera es mencionada en el famoso texto de Plinio que describe las ciudades del Conventus Caesaraugustanus, únicamente sabíamos de la existencia de Labitolosa por la referencia de la carta de donación del diácono y obispo Vicente al monasterio de Asán, al que dona en el año 576, entre sus bienes, algunos situados en la Tierra Labeclosana. A partir del siglo IX se constata la recuperación de una nueva población sobre la zona superior del cerro del Calvario. Los vestigios de un asentamiento andalusí, reforzado en el siglo X, evidencian el valor estratégico del lugar en el que se asentó la ciudad romana. Sin ningún asentamiento moderno sobre la misma, abría nuevas vías de investigación, como las dedicadas a la epigrafía pública o a los edificios forales o termales. Los vestigios conservados en esta ciudad hispanorromana demuestran que su perímetro abarcaba una superficie aproximadamente de 12 ha. La historia de Labitolosa no fue muy larga, se fundó a mediados del siglo I a.C. y ya a comienzos del III fue abandonada, sin constatar evidencias de violencia.
Monumentalización Urbana
La conversión de la comunidad en municipio latino, como indica la inscripción dedicada al Genius municipi Labitolosani, inicia una nueva etapa de monumentalización, que se sitúa entre el final del siglo I y la primera mitad del II, periodo de máximo esplendor de Labitolosa. Fue en ese momento cuando las élites urbanas comenzaron un proceso de autorrepresentación manifestado en el deseo de presentar su ciudad en el mundo romano. Dos fueron las actividades vinculadas a la vida de las gentes romanas: las político-administrativas –Fórum– y las higiénicas –Termas I.
El afán de monumentalizar los edificios también lo observamos en la adopción de nuevas técnicas; en particular, en los tres edificios públicos de esta época se emplean en los muros el opus quadratum y el opus caementicium, y los suelos se pavimentaron con opus signinum u opus spicatum. Las Termas I, descubiertas en 1991, edificadas entre los años 50-60, convivieron más de un siglo con las Termas II, descubiertas en 1995, y edificadas, como la curia, a partir del año 80. Desgraciadamente, la ausencia de documentos epigráficos no ayuda a identificar las razones que llevaron a edificar unos nuevos baños públicos.
El esfuerzo llevado a cabo por los habitantes de Labitolosa se encuentra en el conocimiento y temprano empleo de los avances técnicos. Los aspectos más novedosos se hallan en el sistema de calefacción de las bóvedas, las llamadas “dovelas-ladrillos”, que constituye un ejemplo único. A esta novedad podemos añadir la existencia de una caldera de bronce para el agua –milliarium– en el praefurnium. Otro descubrimiento importante ha sido el del combustible utilizado en el propio praefurnium: restos de carbón vegetal hallados en la boca del horno.
La curia
Construida por Marcus Clodius Flaccus en los años 110-120, la curia es un edificio de considerables dimensiones (18 metros de largo por 11 de ancho), cubierto en la actualidad por una estructura metálica que trata de evocar su tamaño original. De forma rectangular, está dividido en dos partes: el vestíbulo, hoy prácticamente arrasado, y la sala principal, en un extraordinario estado de conservación. Este monumento, por el momento el más completo de su tipología de los hallados en España, cuenta con un conjunto de inscripciones, algunas todavía in situ, descubierto en su interior, dispuestas a lo largo de las paredes. La decoración, tanto interior como exterior, de la curia era muy austera; en su interior se recurrió a pinturas que imitaban el mármol, el sistema compositivo más simple de cuantos existen en la pintura romana. Si la decoración pictórica era simple, no puede decirse lo mismo de la escultórica.
El interior del edificio fue paulatinamente ornamentado con estatuas y bustos apoyados sobre pedestales dispuestos junto a los muros norte y laterales. Se conservan los restos de veinticinco bases. Las particularidades morfológicas de los pedestales y el análisis de inscripciones conservadas permiten identificar al menos cinco iniciativas diversas en la erección del conjunto escultórico y epigráfico de la curia. Casi en todas las inscripciones conservadas se encuentran personas del círculo de Cornelia Neilla, ya que fue ella quien ordenó realizar dedicatorias honoríficas a Marco Clodio Flaco, Sexto Junio Silvino y Lucio Emilio Attaeso, nombres que vemos reproducidos en las inscripciones.
Los notables de la ciudad erigieron estatuas en su interior desde la construcción del edificio y, probablemente, durante todo el siglo II, sobre todo en su primera mitad. La curia ofrece al estudioso, en este caso a los arqueólogos, una serie de datos de gran valor, ya que gracias a ellos podemos conocer los nombres de personas, de ciudades y otro tipo de información que permite reconstruir la vida de las gentes que hace unos dos mil años habitaron esta ciudad y que, sin duda, podemos considerar como los primeros habitantes ribagorzanos de los que sabemos su nombre y actividades.
El gran conjunto romano del Alto Aragón
Hasta el próximo 15 de septiembre, el Museo de Huesca alberga la muestra Labitolosa. Una ciudad romana en el Pirineo oscense, una exposición que pretende reivindicar el papel de la arqueología en el proceso de construcción del conocimiento histórico y la importancia de Labitolosa como el gran conjunto romano del Alto Aragón y uno de los más destacados de la Comunidad Autónoma. Comisariada por María Ángeles Magallón y José Ángel Asensio, esta exposición recoge una selección de 190 obras procedentes del yacimiento. Asimismo, la muestra cuenta con la colaboración del Museo de Zaragoza, que ha prestado una de las lápidas procedentes de la curia para su exhibición en Huesca. Uno de los puntos fuertes de la exposición es la recreación de la curia de Labitolosa, espacio integrado en el foro y del que sabemos cómo serían sus estructuras gracias a los restos encontrados, entre ellos, las lápidas conservadas y que se han dispuesto para la ocasión en un espacio que recrea dicho lugar.
José Antonio Val Lisa
* Artículo publicado en La Aventura de la Historia, número 249.