A lo largo de los siglos modernos, la Monarquía Hispánica tuvo que hacer un extraordinario esfuerzo para proteger y mantener sus posesiones, y no siempre con los resultados deseados. El carácter de los territorios que la integraban y la necesidad de dominar el mar para sostenerlos, forzó a sus gobernantes a una política de guerra naval, defensiva y ofensiva, adecuada a las variadas circunstancias que se fueron presentando en la relación de amistad o enfrentamiento con el resto de las potencias europeas. En consecuencia, fue lógico el creciente número de hombres que se hacían soldados para luchar en tierra o en el mar.
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