A mediados del siglo II de nuestra era, cerca de la ciudad de Allon, unos trabajadores se ocupaban de levantar una pequeña torre. Iba a ser la tumba de un prohombre que acababa de morir. El sitio elegido, entre la sierra y el mar, resultaba espectacular.
Primero hicieron una zanja que se rellenó de hormigón. Luego un basamento de sillería. Y, por fin, una torre de unos cinco metros de lado, con pilastras y capiteles corintios en los ángulos. Sobre ella, un entablamento moldurado y probablemente una pequeña pirámide como remate.
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