Pocas historias son más difíciles de contar que aquellas que se entretejen en las décadas centrales del siglo XIX español, que aparecen como fijadas en el relato que de ellas pergeñara la Restauración (1874-1923). Es el poder de la política del imaginario, el poder de Valle-Inclán y de Galdós. Una corte lúbrica y venal, el “cainismo” entendido como condición existencial, el déficit de Hacienda o los tempos del pronunciamiento invitaban a inscribir en un siglo XIX distinto a aquel “mágico momento” de la lucha contra el francés o a ese proyecto canovista que se instalara ¿felizmente? durante lustros.
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