Con estas palabras, “servidor del Evangelio despertado por Dios”, despidió el reformador y discípulo de Martín Lutero, Felipe Melanchton, a su maestro en la oración fúnebre leída tras su muerte. Lutero hubiera estado muy de acuerdo. Él hubiera rechazado muchas de las etiquetas que la posteridad le ha colgado: hombre de personalidad torturada digno de eruditos estudios psicológicos para intentar comprender sus lógicas, protonacionalista alemán y por ello pater de la patria, héroe de la fe (protestante), legitimador del genocidio nazi desde sus escritos antijudíos, culpable del interiorizado sentido de obediencia alemana que habría propiciado a la postre el triunfo de Hitler y el silencio de los alemanes…
Todos esos usos ha permitido la figura de un hombre que no deja indiferente al curioso que quiere acercarse a él. Desvestido de esas interpretaciones interesadas, ¿qué queda de Martín Lutero?
Artículos de este dossier
Este contenido no está disponible para ti. Puedes registrarte o ampliar tu suscripción para verlo. Si ya eres usuario puedes acceder introduciendo tu usuario y contraseña a continuación: