San Roque, el santo representado con un perro al lado, es una imagen frecuente en muchas iglesias de España, de Europa e incluso del otro lado del Atlántico. Muchas son las localidades con una iglesia o ermita en su honor y muchas también las que celebran su fiesta, el 16 de agosto. ¿A qué se debe tanto fervor? Su historia está unida a la gran pandemia que llegó a Europa en 1348: la Peste Negra o Muerte Negra. Dedicado a atender a los apestados, san Roque se contagió y se convirtió en patrón de la peste, junto a san Sebastián.
Como “acontecimiento mundial más importante del siglo XIV” (Renouard), aquella gravísima epidemia hizo de 1348 una fecha histórica esencial, uno de esos clavos indispensables para colgar el tapiz de la Historia. Ese año llegaba la “gran mortalidad”, “el mal que corre” (no se llamó Peste o Muerte Negra en su tiempo), a una población europea sin inmunidad para resistir a la bacteria que desde el desierto de Gobi se dispersó hacia el este y el oeste del continente euroasiático, llevada por los roedores que acompañaban a los pastores y a los jinetes del Imperio mongol.
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