A partir de 1930, y durante algo más de tres décadas, la República Dominicana conoció los efectos de una dura dictadura, probablemente una de las más sangrientas de la historia latinoamericana, encabezada por el tristemente célebre Rafael Leónidas Trujillo. Su gestión caudillista y fuertemente anticomunista se caracterizó por la salvaje represión contra la oposición democrática, un fuerte culto a la personalidad y un estilo cleptocrático que provocó su gran enriquecimiento. Mario Vargas Llosa en La fiesta del chivo retrató magistralmente los años finales del trujillismo, que culminaron con su asesinato el 30 de mayo de 1961.
Pocos años después de su llegada al poder, a principios de octubre de 1937, se produjo en la frontera entre Haití y la República Dominicana la “masacre” o “matanza” del perejil. En ella se observa la larga mano del dictador y sus pulsiones más salvajes, junto a su intención de modificar de raíz algunos de los fundamentos ancestrales que regían la convivencia de la sociedad dominicana.
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