Durante largo tiempo, la lejana China fue para los españoles una brumosa imagen que sólo empezó a cobrar un perfil definido con la difusión de la obra de Marco Polo, el mercader veneciano que visitó Cambalic (Pekín, Beijing) a fines del siglo XIII. Más de un siglo después Enrique III de Castilla envió una embajada, presidida por Ruy González de Clavijo, a Tamerlán, que recibió a los emisarios en el año 1404 en Samarcanda, ciudad donde los españoles tomaron contacto directo con los embajadores de la China de los Ming y donde obtuvieron noticias de primera mano de aquel remoto país a través de un mercader que había hecho la ruta de las caravanas que unía el Imperio del Medio con Asia Central.
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