En el canto octavo de la Odisea se describe una escena palaciega. Junto al fuego, Alcínoo, rey de los feacios, realiza un sacrificio de ovejas, cerdos y bueyes con los que celebra un banquete. Una vez saciada la sed y el hambre de los invitados, llega el turno de Demódoco, el aedo. Esta palabra procede del verbo griego “cantar” y designa a una suerte de contador de historias. En su origen, el narrador cantaba sus epopeyas acompañado de una lira y, más tarde, recitará los versos sobre las aventuras de héroes y dioses, mientras marca el ritmo golpeando el suelo con una vara.
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