En julio de 1936 la II República creó una Junta para salvar los tesoros artísticos de colecciones públicas y privadas y preservarlos contra los daños y el robo. La parte más importante de esas piezas –con más de quinientas del Museo del Prado– fue evacuada siguiendo los pasos del Ejecutivo y recaló finalmente en Ginebra.
Al término de la Guerra Civil, las obras fueron devueltas a España en tres remesas a lo largo de 1939 y reintegradas a los grandes museos e iglesias a las que pertenecían, así como a los particulares cuya titularidad estaba clara. Sin embargo, otras muchas –tanto de las que regresaron de Suiza como de las que habían permanecido en el país– fueron desviadas y repartidas a distintos destinos. Entre ellas, algunas de las confiscadas en las colecciones de los republicanos que habían marchado al exilio o estaban presos.
Una investigación cuantifica por primera vez el número de piezas que en aquella inmediata
posguerra se reubicaron y entregaron a instituciones y personas distintas a sus dueños originales, y las consecuencias que ello tuvo en la reubicación y extravío de una importante parte del patrimonio español.
Adelantamos las conclusiones de la misma en el número 268 de la revista de historia La Aventura de la Historia. Un ejemplar que dedica su Dossier a cuatro grandes asedios –menos tratados que otros– que marcaron el pasado de España en diferentes períodos históricos: el de Sagunto (219 a.C.), el de Zaragoza, (1118), el de Ceuta (1694-1727) y el de Gerona (1809). Y en el que también se aborda la relación entre la Gran Depresión y el aumento del desempleo en Alemania con el ascenso del nazismo, o la actitud de Benito Pérez Galdós ante las guerras coloniales en Marruecos, entre otros muchos temas.
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