Era noche de estreno. Aquel miércoles, 7 de noviembre de 1893, en el Gran Teatro del Liceo tenía lugar, como cada otoño, la inauguración de la temporada de ópera. El coliseo de las Ramblas presentaba el deslumbrante aspecto de las grandes ocasiones. Con un lleno absoluto, en sus palcos y butacas de platea, la alta sociedad barcelonesa lucía sus mejores galas. Burguesas y aristócratas, jovencitas casaderas e inevitables demimondaines rivalizaban con sus elegantes atuendos, sus peinados y sus joyas, cumpliendo con el rito que hacía del Liceo el escaparate por excelencia de la pujanza de los privilegiados de la ciudad industrial. Ni a ellas ni a sus encopetados acompañantes parecía preocuparles, mientras asistían confiados a la representación de Guillermo Tellde Rossini, la tensión social y política que por aquellos días se vivía en Barcelona.
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