Aquella mañana de verano de 1372 tocaba defender a los aliados franceses, y allí se encontraba con su flota el almirante Ambrosio Bocanegra. El puerto de La Rochelle, al sur de la región de Bretaña, se hallaba ocupado por embarcaciones inglesas, mientras que las castellanas se batían en retirada hacia mar abierto. Los insultos y risotadas de los que permanecían anclados llegaban hasta las naves rivales, cuyas tripulaciones contemplaban la escena. Estaban furiosas de que su comandante hubiera dado la orden de levar anclas y huir.
Sin embargo, la expresión del almirante castellano era cuando menos misteriosa. Si cualquiera de sus soldados la contemplaba en ese momento, no podía por menos que quedarse pensativo tratando de adivinar si su semblante mostraba rabia, tristeza o, tal vez, una mal disimulada sonrisa. ¿Qué pasaba por la mente de Bocanegra para comportarse así?
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