Hace unos meses, Ken Follett (Cardiff, 1949) llegaba a Madrid para presentar su última novela, Una columna de fuego, la tercera entrega de la saga iniciada con Los pilares de la Tierra (1989) y continuada por Un mundo sin fin (2007). Durante su estancia concedió una entrevista a La Aventura de la Historia.
En esta ocasión, la acción del libro se inicia en 1558, año en que Isabel I accedió al trono de Inglaterra, y se desarrolla a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, en un contexto histórico marcado por los conflictos religiosos en Europa, donde la intolerancia y el fanatismo se convirtieron en enemigos implacables de la convivencia y la libertad. “La llegada al poder de Isabel I supuso un cambio decisivo en la política religiosa de la época –argumenta Ken Follett–, ya que declaró el protestantismo la religión oficial en Inglaterra, algo que le valió a su vez la enemistad de las potencias católicas, que urdieron una serie de conspiraciones para acabar con ella”.
Esta situación hizo que la reina tomara medidas para su protección, creando lo que llegaría a ser el primer servicio secreto inglés. “Desde siempre me ha interesado, por razones literarias, el tema del espionaje; un espía cuenta mentiras constantemente y está expuesto a ser descubierto en cualquier momento, lo que genera suspense, y, además, está el hecho de que en política suele haber una versión oficial, y luego está el relato real, la verdad oculta, y a todos nos interesa mucho esa parte secreta de la realidad. Así que ver los hechos históricos a través de los ojos de los espías es muy interesante porque son los que mejor, o quizá los únicos, que conocen la verdad”.
Pero en la trama del libro el espionaje se mezcla con temas universales, y tan caros a las obras de Follett, como el amor, la lealtad, la traición o la lucha por la libertad, y todo ello ambientado en lugares tan diversos como Inglaterra, Francia, los Países Bajos, las Antillas o la ciudad de Sevilla, y con una recreación histórica precisa y documentada, que sin duda se convertirá en una referencia para un buen número de lectores. “Soy consciente de que mucha gente ‘aprende’ historia a través de mis novelas históricas, y por eso creo que tengo la responsabilidad de ser lo más riguroso posible y tener mucho cuidado de no distorsionar nunca los acontecimientos con fines narrativos. Por ejemplo, en Una columna de fuego hay una escena que relata la matanza de Wassy, en Francia, un hecho trágico y brutal. Pues bien, había un momento de gran dramatismo en la narración en que los soldados que estaban masacrando a los protestantes utilizaban una táctica de dos filas para disparar y recargar sus armas, una técnica que se desarrolló en el siglo XVI, pero que el historiador Geoffrey Parker, uno de mis asesores, me advirtió de que se empezó a utilizar diez años después, así que, para mantener ese compromiso de rigurosidad, no tuve más remedio que eliminarlo”.
Sin embargo, este rigor histórico en la narración adquiere, gracias a la técnica narrativa de Ken Follett y su capacidad para crear personajes y escenas de gran emotividad y tensión dramática, una dimensión literaria que aporta al lector la posibilidad de conocer los hechos que marcaron el convulso siglo XVI desde diferentes puntos de vista. “En Una columna de fuego he querido proponer una visión del conflicto religioso desde distintos ángulos, y, así, a través de Margery, que es la protagonista femenina, conocemos cómo se ven las cosas desde el punto de vista católico y la devoción que siente por su religión, y que le lleva a actuar como lo hace, pero también está el de Sylvie, la chica protestante parisina, que es igualmente devota pero con otra religión, y esto es lo que creo aporta la novela, poder conocer y empatizar con los distintos personajes y visiones, algo que puede ayudarnos a ser más tolerantes”.
Francesc Fabrès Saburit
*Entrevista publicada en La Aventura de la Historia, número 229.
Interesante libro que debo leer. La reina virgen (como se le conoció) fue una monarca que supo manejar la política del país, ya que a su término el balance del gobierno Isabelino era equilibrado y en alza financiera. Con su muerte finalizó la dinastía Tudor.