En la memoria en defensa de la Junta Central, de 1809, Jovellanos calificó al depuesto valido como “el infame Godoy”. Después del esperpéntico fin de reinado, entre marzo y mayo de 1808, su figura fue inevitablemente el saco de los golpes en las condenas del Antiguo Régimen. “Antes que Bonaparte enviase sus legiones a España –escribía un catedrático del Real Seminario de Nobles, en septiembre de 1808–, éramos esclavos de Godoy”. La desastrosa alianza con Napoleón, su prepotencia de hombre endiosado por el favor de la reina, la presunción del adulterio con ella, la persecución sufrida por los ilustrados más prestigiosos, como el propio Jovellanos, eran suficientes argumentos para considerarle el causante de todos los males.
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