Felipe IV no fue un «Austria menor», ni un rey «pasmado», sino un monarca, minado por las tragedias personales, que luchó por sobrevivir en una época plagada de guerras y escollos políticos y que promovió como nadie lo había hecho antes las artes y las letras. Es la tesis central de Felipe IV, el Grande (La Esfera de los Libros), de Alfredo Alvar, una biografía de más de 700 páginas en la que el historiador ofrece un retrato humano y político del «primer Rey Sol«, como fue conocido el soberano por su coetáneos, antes de que el francés Luis XIV se apropiara del apelativo.
Alvar (Granada, 1960), profesor de Investigación en el Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia, recupera en su obra la figura de uno de los «reyes más injustamente relegados al olvido», tradicionalmente «eclipsado por las grandes biografías de Gregorio Marañón y John Elliot sobre el conde-duque de Olivares«. Y lo hace poniendo de relieve los más de veinte años que el soberano gobernó sin su valido, al que en 1643 dio licencia para «retirarse a sus estados».
Marcado por la lealtad a la dinastía, su profunda religiosidad y su conciencia de «pecador irredento», Felipe IV fue, en palabras de Alvar, un «rey providencialista«, convencido aún de que los designios divinos marcaban el devenir de su reinado, en contraposición a la «política como obra de arte de la inteligencia humana» que el cardenal Richelieu y Jules Mazarin impulsaban en la Francia de Luis XIII, primero, y Luis XIV, después. Pero, como heredero de aquel linaje, en palabras del historiador, también un soberano con «obligaciones para con los vasallos».
Entre otros conflictos, Felipe IV hizo frente a los motines de la sal de Vizcaya (1631-1634), a la declaración de guerra de Francia en 1635, a la sublevación de Cataluña (1640) y Portugal (1640-1648) y a diversos enfrentamientos con la nobleza en Aragón y Andalucía… La búsqueda de la ansiada paz por el rey se rubricó en Westfalia (1648), pero esta «no quedó suturada», refiere Alvar, «hasta 1659-1660 con la paz de los Pirineos y la entrega de su amada hija» María Teresa al rey de Francia (abuela del futuro Felipe V).
La princesa sería uno de los tres hijos que sobrevieron al monarca -de los trece que concibió dentro de sus matrimonios con Isabel de Borbón y su segunda esposa, su sobrina Mariana de Austria-, junto a Margarita Teresa, esposa del emperador Leopoldo I, y Carlos II, que heredaría el trono. La gran pérdida para Felipe IV sería la muerte de «su amado» Baltasar Carlos, «al que adoraba», fallecido repentinamente en Zaragoza (1646), y al que escribió unas intrucciones para explicarle el oficio de rey.
Dividida en cuatro partes, la obra de Alvar recuerda cómo afectaron todas estas pérdidas íntimas a Felipe IV, su hundimiento depresivo final, su afición a leer y escribir y, finalmente, su pasión coleccionista y no fragmentadora del patrimonio artístico de la corona, al que tanto contribuyó.
«Felipe IV, el Grande»
Alfredo Alvar
La Esfera de los Libros, Madrid, 2018
696 + 48 ilustraciones, 34,90 €