Siempre admiré a todos aquellos que supieron decir “no” al poder impuesto y tiránico, sacrificando incluso sus vidas en la defensa de los ideales más sublimes, auténticos iconos de la libertad más legítima, ésa que anhelan los pueblos que no se resignan al infortunio.
En el caso del mundo antiguo, Roma representaba la hegemonía absoluta para un cuarto de la población mundial y enfrentarse a ella era poco menos que una locura. Sin embargo, existieron hombres que no se doblegaron, levantando su espada contra las injusticias establecidas por los dominantes supremos del Mare Nostrum.
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