"La mulata" o "La cena de Emaús", de Diego Velázquez.
"La mulata" o "La cena de Emaús", de Diego Velázquez.

La numerosa presencia de africanos de ambos sexos, en su mayoría esclavos, pero también libres, en la España de finales de la Edad Media y toda la Edad Moderna casi ha desaparecido de los libros de historia y por completo de la memoria colectiva. Una excelente antología de estudios sobre las esclavas negras y las blancas abolicionistas en España –Mujeres esclavas y abolicionistas en la España de los siglos XVI al XIX– palia esta laguna y abre fascinantes puertas a la investigación.

Aunque el arte suele reproducir a los poderosos que encargan las obras y a sus valores, a veces de deslizan entre las miniaturas de los libros, los retablos y los óleos de los maestros imágenes de los sectores más modestos y marginales de la población. Estampas que hablan de la importante presencia de africanos y sus descendientes en la España moderna. Dos de esas imágenes son obra del más reconocido pintor de la España del XVII, Velázquez, y representan a esclavos. Uno es el Retrato de Juan Pareja, al que el artista sevillano acabó manumitiendo y que era a su vez buen pintor, y otra, una mujer anónima, la sirvienta negra que protagoniza el óleo La cena de Emaús, elaborado h. 1617-1618. De su análisis se ocupa en este trabajo que comentamos Carmen Fracchia.

Aunque aparecieran poco en los cuadros, los negros en Sevilla representaban en la época el diez por ciento de la población. Cervantes ironizó con que la ciudad parecía un “tablero de ajedrez”. Las subastas de esclavos de ambos sexos se efectuaban públicamente en las gradas de la catedral y muchos hogares poseían al menos un esclavo. Como la familia de Velázquez que, probablemente, representara en el citado óleo a una de las esclavas negras de sus padres, realizando tareas domésticas en actitud sumisa, propia de su doble condición femenina y servil.

Tres niños, por Bartolomé Murillo
Tres niños, por Bartolomé Murillo

Murillo también acusó recibo de la existencia de esa población de color en la que era puerta de salida a América en los siglos de Oro en el cuadro Tres muchachos, h. 1670.

Una de las razones para la importante presencia negroafricana en Sevilla –que también estudió aunque con un enfoque más divulgativo Francisco Zamora en Cómo ser negro y no morir en Aravaca (1994)- era que en esa ciudad se preparaban primero las expediciones de conquista y luego las de salida de la flota de Indias. Muchos conquistadores y colonos deseaban llevar al menos un esclavo consigo al Nuevo Mundo, que también ofrecía atractivos de mejora para los negros libres. Sevilla, junto con Lisboa y Valencia, eran los principales centros de distribución de mano de obra esclava en la península. Más demandadas ellas que ellos, las esclavas negras eran criadas, en hogares y conventos, y productoras de nuevos esclavos cuyos padres eran -a menudo y obviamente- sus propios amos, incluidos los que eran clérigos. No era infrecuente tampoco que estas esclavas negras fueran obligadas a trabajar como prostitutas en las mancebías de la ciudad para enriquecer a sus propietarios.

Esta presencia casi olvidada de africanos que hacía de Portugal y la Monarquía Hispánica una sociedad multirracial, bien que muy jerarquizada, tenía eco en la literatura y se continúa en la pintura hasta el siglo XVIII, como la célebre serie de cuadros que reproduce la mascarada organizada por Sevilla para celebrar la proclamación de Fernando VI.

Negros sevillanos bailando en las fiestas de la proclamación de Fernando VI.
Negros sevillanos bailando en las fiestas de la proclamación de Fernando VI.

Donde más huella dejaron estos esclavos y libertos negros fue en el teatro, que en general los representa de forma burlesca como niños grandes, bárbaros y torpes. Luis Méndez Rodríguez aporta al libro que comentamos una excelente antología de citas que evidencia su peso social y la mentalidad popular.

El libro estudia las formas que recibía su explotación económica –sobre todo el de las esclavas negras-, los sistemas de manumisión, las operaciones de venta, su subarriendo para ejercer otros oficios, como el de lavandera, algo frecuente en la ribera del Manzanares en Madrid, o el muy importante de nodrizas que sus amos alquilaban a los hospitales en la Valencia tardomedieval, como espigadoras en la huerta murciana, como aguadoras en Andalucía y como pequeñas comerciantes, sirviendo en posadas y tabernas, donde muchas se emplearían asimismo de meretrices. Aurelia Martín Casares se aproxima a esta multitud de oficios a través de las fuentes.

Santa Ifigenia.
Santa Ifigenia.

La existencia de esta fuerte minoría de esclavas negras provocó que tuvieran hasta sus propios santos: santa Ifigenia, la única mujer negra venerada en la España del XVI y san Elesbán. De ambos, que a medida que disminuyó la población negra cayeron paulatinamente en el olvido, queda alguna huella iconográfica en iglesias de Cádiz, Antequera y Madrid, como recuerda Bernard Vincent.

No todas las vidas de esclavas negras acababan sin esperanza. Algunas se manumitían y había quienes lograban ascender socialmente hasta convertirse a su vez en propietarias de esclavos. Alessandro Stella rescata historias de éxito, como la de María Rosa del Carmen, nacida en Orán, que en 1730 redactó testamento en Cádiz; o Bernarda Juana de los Ángeles, de origen turco, o la mulata Juana María de la Concepción, nacida en Niebla de madre esclava. Casos que ponen en evidencia que habitualmente las mujeres tenían más posibilidades de escapar a su condición servil al final de sus vidas que los hombres.

Sobre el proceso de manumisión escribe Rocío Peribáñez, que analiza esta situación en Badajoz, otra ciudad que por su cercanía a la ruta de Lisboa tenía una fuerte presencia de esclavas negras en los siglos modernos.

San Elesbán.
San Elesbán.

La segunda parte de este trabajo colectivo se fija en las españolas que combatieron la institución en el sigo XIX: Christine Delaigue presenta a Gertrudis Gómez de Avellaneda; Arturo Morgado García a María Rosa Gálvez de Cabrera; Carmen de la Guardia a las reformadoras románticas y Enriqueta Vila Vilar a Concepción Arenal.

Este excelente estudio sobre las esclavas negras fue fruto de una subvención del Ministerio de Igualdad para el periodo 2009-2012. En su momento, algunos diarios y algunos articulistas se burlaron del proyecto y tacharon de “despilfarro” y “obsequio” el dinero adjudicado al proyecto. La publicación de las investigaciones resultantes de esa ayuda es una respuesta adecuada a esa reacción tan machista como racista. Démosle la enhorabuena. Que también merecen, por supuesto, otros estudios similares sobre el destacado papel de los africanos en España hasta el siglo XIX. Recordemos asimismo los interesantes recopilaciones de estudios de esta temática en Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica, editado por Martín Rodrigo y Alharilla y Lizbeth Chaviano Pérez (Barcelona, Icaria, 2017), reseñado en La Aventura de la Historia nº 230 y Esclavitud, mestizaje y abolicionismo en los mundos hispánicos, Universidad de Granada, 2015, también coordinado por Aurelia Martín Casares y también reseñado en La Aventura de la Historia, nº 213.

Arturo Arnalte

Mujeres esclavas y abolicionistas en la España de los siglos XVI al XIX

Aurelia Martín Casares y Rocío Periáñez Gómez (eds.),

Madrid-Francfurt, Iberoamericana-Vervuert, 2014

265 págs., 24 €

 

 

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