Frente a la falta de convencimiento de los jóvenes suicidas, que a menudo solo quieren que quienes les rodean se compadezcan de ellos, llama la atención la determinación de cuantos deciden autoinmolarse ya avanzada su edad. Puesta a matarse con 59 años, Virginia Woolf –una de las novelistas más influyentes del siglo XX– se llenó de piedras los bolsillos de su abrigo. Así se aseguraba de que no habría de salir con vida de las aguas del río Ouse, en las inmediaciones de su casa de Sussex.
Fue el 28 de marzo de 1941. “Siento que voy a enloquecer. Creo que no podemos volver a pasar por una de esas épocas terribles (…). No puedo seguir arruinando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran ser más felices que lo que lo hemos sido tú y yo”, dejó escrito en su diario para su marido, el politólogo Leonard Woolf.
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