De Madrid, el cielo” fue el lema de los cronistas para elogiar la conversión de la Villa en Corte en 1561. Cantaban ese azul traslúcido mecido por vientos serranos y ese blanco algodonoso de las nubes que retrataron los pinceles velazqueños. Nada que ver con la deformación vulgar “de Madrid al cielo”. Porque este paisaje capitalino no invita a un viaje de ascensión, sino a un rito de asunción, en el que el cosmos eleva al Rey Planeta para que cabalgue por sus prados de estrellas.
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