La nieve del año veintinueve no era nieve de verdad. Si no querías que fuera nieve, pagabas y ya estaba”. El norteamericano Charlie Wales regresa a un desolado París en 1930, rehabilitado de su alcoholismo y tras haber dilapidado su fortuna, amasada en la Bolsa, en la fiesta interminable de los felices años veinte. Quiere recuperar a su hija, al cuidado de sus cuñados tras la muerte de su esposa. Muerte de la que se siente responsable, habiéndose desencadenado su enfermedad una noche en la que, borrachos ambos como cubas, él la dejó fuera de la casa, bajo la nieve. Nadie narró como Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) la embriaguez de aquel tiempo de incandescente prosperidad. La cita del comienzo pertenece a su conocido relato Babylon Revisited (1931), en muchos –y dolorosos– aspectos autobiográfico. El escritor fue partícipe de esa orgía de dinero fácil y pasiones desenfrenadas a la que su generación se entregó con furor, quemándose las alas cuando el crac bursátil de 1929 desvaneció aquel atrayente espejismo de irreversible progreso. Fitzgerald, brillante en la descripción de la “era del jazz”, supo plasmar, aún con mayor maestría si cabe, toda la amargura de la resaca de bíblicas proporciones que fue, irradiada al mundo desde Estados Unidos, la Gran Depresión.
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