En su conocido discurso pronunciado en Bruselas el 29 de julio de 1914, pocas horas antes de su asesinato, el líder socialista francés Jean Jaurès previó de forma certera lo que sucedería si Europa se sumía en la guerra: “Cuando el tifus termine el trabajo que comenzaron las balas, los hombres desilusionados se volverán contra sus líderes y exigirán una explicación por todos esos cadáveres”.
La profecía se cumplió. Al concluir la guerra se produjo una amarga desilusión generalizada. En Inglaterra surgió el mito de una “generación perdida” enviada al matadero inútilmente por sus mayores. En Alemania, un mito diferente suplantaría la realidad de la derrota: un culto a los caídos que reforzaría la estética de un nacionalismo agresivo aquilatado posteriormente por el partido nacionalsocialista. La memoria del conflicto se convirtió así en una arma arrojadiza a disposición tanto de los vencedores como de los vencidos.
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