Ninguno de los Congresos de los Estados Unidos hasta ahora reunidos para examinar el estado de la Unión tuvo ante sí una perspectiva tan favorable como la que se nos ofrece en los actuales momentos”, decía el presidente norteamericano, Calvin Coolidge, en su mensaje sobre el estado de la Unión del 4 de diciembre de 1928, un mes antes de que abandonara la Casa Blanca. Dos años después, la prensa juzgaba a Coolidge como el más mentecato de los políticos yanquis y se le aplicaba el conocido chiste: “Calvin Coolidge es la prueba más fehaciente de que cualquier norteamericano puede llegar a presidente de los Estados Unidos”.
El cataclismo que había suscitado tal cambio de opinión tenía dos nombres: el crac de Wall Street y la Gran Depresión. Ambos fenómenos desencadenaron el paso de la opulencia y el desenfrenado enriquecimiento a la miseria y la desesperación. En 1933, el Producto Nacional Bruto era un tercio inferior al de 1929, la producción industrial había descendido en un 42 por ciento.
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