Corría el año 80 de nuestra era cuando se celebró la inauguración oficial del anfiteatro Flavio por el emperador Tito, aun cuando todavía no se habían terminado las obras. Faltaban las gradas superiores y la fossa bestiaria o complejo subterráneo situado debajo de la arena, debidas a su hermano y sucesor, Domiciano. Las fiestas duraron más de cien días y en ellas se “cazaron” más de cinco mil fieras de todo tipo y se enfrentaron en feroces luchas varios centenares de parejas de gladiadores. Este gigantesco monumento de piedra, ladrillo y hormigón sustituía definitivamente a los antiguos edificios de madera que sirvieron como escenario a los juegos favoritos de la ciudadanía en la urbs: las cacerías de animales y las luchas de gladiadores.
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