En mayo de 1943, 500 bombarderos británicos machacaron Wuppertal: el 40% quedó reducida a escombros y perecieron 4.300 personas. El diario londinense The Times publicó que “ninguna ciudad industrial alemana había sido tan radicalmente borrada del mapa”. El primer ministro, Winston Churchill, responsable máximo de la política del “bombardeo de zona” que dirigía el mariscal Arthur Bombardero Harris, comentó: “¿Acaso somos bestias? ¿No estaremos llevando esto demasiado lejos?”, y recomendó que cesaran los bombardeos sobre los cascos urbanos, centrándolos en objetivos estrictamente militares.
Tal reacción debió ser una pose ante la historia, o una emoción que olvidó ante las presiones de sus halcones o, quizá, una frase hipócrita, como supone el historiador Iam Buruma. En todo caso fue inútil: en 1943 se lanzaron sobre Alemania 200.000 Tm de bombas (25% USA); en 1944, 914.637 Tm (42% USA), y 380.113 Tm (48% USA) en el primer cuatrimestre de 1945. Es decir, más bombas conforme disminuían los objetivos industriales y, en consecuencia, más sobre los núcleos urbanos, con sus 200.000 víctimas civiles y apocalípticas destrucciones urbanas cuando el III Reich se encontraba en las últimas, con el Ejército Rojo en el Oder y los Aliados occidentales acercándose al Elba. En ese ámbito se inscribe la destrucción de Dresde los días 13 y 14 de febrero de 1945.
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