El 22 de abril de 1918, un pelotón de soldados australianos presentaba armas al paso de un cortejo fúnebre que llegaba al cementerio francés de Bertangles, cerca de Amiens. Precedidos por un sacerdote con estola y alba, seis capitanes del Australian Flying Corps portaban un ataúd, mientras el comandante Blake, del tercer escuadrón, saludaba a su paso.
Pero el oficial despedido con tales honores militares en un momento en que millares de hombres morían despedazados cada día en trincheras fangosas no era un aviador aliado, sino un capitán alemán de 25 años y de fama mundial, que se había ganado la admiración de amigos y enemigos: Manfred von Richthofen, conocido como Barón Rojo.
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