Qué ramo tan bonito!”, advirtió una mujer desde la acera de enfrente. Quizá lo señaló con el dedo. Tal vez incluso le dio un codazo a su esposo. Aquello no le cuadraba. A los recién casados, la muchedumbre les lanzaba lirios, ramas de olivo, hasta claveles sueltos… pero, ¿aquel manojo de rosas? ¿Aquel fastuoso ramo envuelto en azul y amarillo que caía del cielo, quién se lo arrojaba?
La visión se evapora pronto. Unos segundos en el aire y después el estruendo. El pánico dispersa el gentío. Los caballos se encabritan y las cornetas callan. Un grupo de palafreneros agoniza en la acera. Una niña yace sin piernas sobre los adoquines. Cuando, ayudada por su esposo, la Reina baja de la carroza, su blanco traje de novia se ha teñido de sangre.
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