Tras fracasar en varias ocasiones en su intento de encontrar el anfiteatro de Carmona, fue finalmente en la reunión arqueológica del 24 de mayo de 1885 cuando George Bonsor y Juan Fernández López, acompañados del agrimensor José Pérez Cassini, inspeccionaron una curiosa hondonada existente junto a la necrópolis romana de su propiedad, reconociendo sobre el terreno la regularidad de un óvalo perfecto.
Al día siguiente, coincidiendo con una epidemia de cólera que dejó la ciudad en cuarentena –lo que les libró de la mirada de los curiosos–, comenzaron los trabajos, que se prolongaron durante cuatro meses. Realizaron diferentes sondeos en lugares señeros que permitieran, con los datos obtenidos, trazar un plano y elaborar una pequeña memoria de la importancia del descubrimiento, que ya para sus excavadores era “diferente de todos los edificios de este género encontrados hasta hoy en España, no solo por su trazado, sino también por su distribución y otros detalles”.
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