Por su propia configuración geográfica, los griegos, los antiguos y los modernos, son un pueblo con una muy especial relación con el agua. Por dos circunstancias aparentemente paradójicas: la omnipresencia del agua salada y la escasez de la dulce. Basta observar la zona que ocupa al este del mar Mediterráneo, los kilómetros de su costa, la continental y la de sus más de dos mil islas, para darse cuenta de que el agua salada ha sido el auténtico “caldo de cultivo” de la civilización griega. La mayor parte de las polis antiguas se asentaban cerca del agua, “como las ranas alrededor de una charca”, en palabras de Platón.
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