Originaria al parecer de África, la fiebre amarilla se expandió con el tráfico de esclavos hasta América Central. Hoy la sufren los monos, pero se puede transmitir a los seres humanos por la hembra del mosquito Aedes aegypti. Las fiebres, la ictericia –de ahí su nombre–, las diarreas y las hemorragias generales asociadas –también se la conoce como “vómito negro”– solían provocar la muerte de gran parte de los que la contraían. Convertida en endémica en el Caribe, aprovechando las condiciones climáticas favorables y a través de los mosquitos que viajaban en los barcos, podía expandirse a cualquier punto del globo donde hubiese calor y humedad. Así, alcanzó frecuentemente Europa meridional y América, incluyendo ciudades del norte del continente como Filadelfia, donde en 1793 hubo un importante brote en el que murió el 10 por ciento de la población.
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la cultura no debe ser condicionada por claves y otras fiebres. Es de todos los interesados que no se cuantos somos.-