Hemos asumido desde hace mucho tiempo la convicción de que las Cruzadas fueron un fenómeno que confrontó a cristianos y musulmanes en los territorios de Tierra Santa bajo el aval de sus líderes espirituales y políticos.
Este concepto, fundamentado en la idea de considerar una cruzada como una peregrinación armada hacia Oriente, oculta en muchas ocasiones el hecho de que, en el siglo XIII, el papado podía permitirse la promulgación de una cruzada y la condena de un territorio que fuese cristiano, pero no coincidiera con sus intereses políticos, bajo condena de excomunión y acusación de herejía.
Esto nos invita a observar la situación de la Corona de Aragón bajo el reinado de Pedro III el Grande en relación a su política exterior, después de las famosas Vísperas Sicilianas y la cruzada promulgada por Martín IV contra su persona en 1284.
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