La Casa de Campo es el nombre de una de las grandes zonas verdes de Madrid, convertida en patrimonio de la ciudad durante la II República, después de haber sido finca real desde los tiempos de Felipe II. Su denominación procede de la casa de recreo, situada junto al curso del río Manzanares, que el llamado “rey prudente” compró a los Vargas a mediados del siglo XVI para convertirla en una verdadera villa renacentista, un espacio de descanso y deleite frente a la mole encumbrada del antiguo alcázar regio. Como parte fundamental del proyecto, la villa comprendía un bello jardín, cuya parte principal era el “Reservado”, que estaba ornado con fuentes, estatuas y setos artísticamente recortados.
Conocemos el antiguo aspecto de la Casa de Campo renacentista por diversas descripciones e imágenes; de estas últimas, la más importante es un óleo de Félix Castello, perteneciente al Museo Arqueológico Nacional y expuesto en el Museo de Historia de Madrid. Al estar pintado ya en el siglo XVII, recoge también la instalación frente a la casa de la estatua ecuestre de Felipe III, realizada en bronce por Juan de Bolonia y Pietro Tacca. En esta pintura se reconoce con precisión la traza del jardín y las piezas más importantes de su aparato escultórico original (que debió de ser abundante, a juzgar por las numerosas hornacinas que habrían de convertirlo en un jardín estatuario): la fuente del Águila y, alojado en una amplia exedra, el “dios de las aguas” que Pedro Teixeira menciona en su célebre plano de la ciudad.
La casa, levantada en el primer cuarto del siglo XVI, se conserva hoy muy desfigurada, ya que sufrió una profunda transformación en el siglo XVIII y otra, mucho más lesiva, en la última posguerra. Durante unas obras recientes, parece que se han hallado restos de las arquerías que caracterizaban el edificio original, y que pudieron servir de inspiración para el llamado Chateau de Madrid, que Francisco I mandó erigir a las afueras de París. En cuanto al jardín, queda en pie parte de la gruta manierista que lo flanqueaba por el oeste, una estructura fascinante que a día hoy se está restaurando y en la que apenas perviven restos (molduras, basas de mármol, amorcillos cabalgando sobre delfines…) de su antigua decoración.
Felipe III, trasladado
La gran efigie ecuestre de Felipe III fue trasladada a mediados del siglo XIX, como es sabido, a la madrileña plaza Mayor; en cuanto a la fuente del Águila, la reina regente María Cristina la ordenó llevar al patio del colegio fundado por ella en San Lorenzo de El Escorial. En el jardín madrileño había también al menos estatuas de Venus y de Diana, además del nombrado dios de las aguas, de las que se había perdido el rastro.
Creo haber identificado esta última estatua, que debió de ser enajenada de la Casa de Campo durante el siglo XIX, o incluso en la centuria anterior: Antonio Ponz, que sí describe con detalle la fuente del Águila, no la nombra. Se encuentra en Aranjuez (en el jardín del Príncipe, entre los pabellones próximos al embarcadero y muy cerca del Museo de Falúas Reales), adonde fueron a parar otras muchas obras de estatuaria procedentes de propiedades reales como La Granja. En su actual ubicación –ahora no puede verse, pues todo el entorno se encuentra afectado por obras de restauración–, la escultura recibe a veces el nombre de Neptuno, aunque hay quien ha propuesto, más acertadamente, que se trata de la representación de una deidad fluvial, identificándola incluso con el Tajo, si bien, dada la procedencia que defiendo, debería mirarse más bien hacia el Manzanares.
Exedra de ladrillo
La coincidencia de esta escultura de mármol con la imagen que lo representa en el lienzo citado y su correspondencia con la hornacina que lo alojaba en Madrid, no dejan, en mi opinión, lugar a muchas dudas. La figura debía ir al fondo de esa profunda exedra de ladrillo estucado, apoyada en una repisa que aún existe; en su base, el ladrillo estaría recubierto con rocalla, una decoración típicamente manierista de la que aún quedan restos. La estatua que hoy puede verse en Aranjuez es pues, con toda probabilidad, la que ocupó la gruta de la Casa de Campo desde la reforma de la villa en tiempos de Felipe II.
Ahora que se está intentando recuperar el conjunto histórico de la Casa de Campo, quizá debería plantearse el reto de devolver al jardín su antigua imagen, contándose además para ello con el aspecto de las que fueron sus dos piezas artísticas principales durante el Renacimiento, ambas de mármol y realizadas por escultores italianos: la fuente del Águila y, de confirmarse la hipótesis que propongo, el dios fluvial, que en su identificación con el recuperado río madrileño podría convertirse además en una aportación de hondo significado para el patrimonio y la imagen de la capital.
Los detalles del posible hallazgo de la estatua dedicada al «dios de las aguas» se presentarán el viernes 12 de abril, durante las VII Jornadas Casa de Campo, organizadas por la Plataforma Salvemos la Casa de Campo.
Miguel Sobrino González