Desde la muerte de Fernando el Católico en 1516, la vida de Carlos en los Países Bajos fue casi frenética. La inminencia de sus nuevas funciones como heredero tensaban el ánimo y la psicología del adolescente, inclinándolo a una incesante acción. Viajó sin descanso por Bruselas, Malinas (donde vivía su tía Margarita, rodeada de una corte preciosista), Lille, Brujas, Lier, Arras y otros lugares. Visitó y pernoctó en conventos, disfrutó de días de caza en Tervuren y mantuvo correspondencia fluida con Cisneros y Adriano (su enviado a España), quienes ya acotaban la actividad de su hermano Fernando.
Carlos no estaba seguro de su fidelidad y temía las intrigas del cortejo que le seguía. En Gante, su tierra natal, reunió las Diputaciones de los Estados, por último, y justificó la necesidad de su salida hacia España.
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