Campos de fútbol, plazas de toros, escuelas, conventos, castillos, fábricas y almacenes, zonas abiertas con barracones, terrenos rodeados de alambradas… Estos son algunos de los recintos que Franco utilizó como campos de concentración para confinar a cientos de miles de hombres y mujeres durante la Guerra Civil, pero también después del 1 de abril de 1939. Lugares de exterminio, selección, castigo y reeducación distribuidos por toda la península ibérica, Baleares, Canarias y los territorios del Protectorado de Marruecos y el Sáhara español. Espacios de represión silenciados y olvidados durante demasiado tiempo. Sin embargo, una reciente investigación del periodista Carlos Hernández de Miguel (Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas, Ediciones B, 2019) ha arrojado un poco más de luz sobre este traumático y no demasiado conocido episodio de nuestro pasado.
Pregunta. Apenas unas horas después de la sublevación militar, Franco ya había creado, en el Protectorado de Marruecos, el primero de los casi 300 campos que usted ha logrado documentar. Pero ¿qué era realmente un campo de concentración en la España franquista?
Respuesta. Esa es la primera pregunta que me hice cuando abordé esta investigación, porque había cierta confusión. Estudios, trabajos y libros que se han publicado sobre el tema confunden muchas veces un tipo de recinto con otro. Pero es lógico, porque la magnitud de la represión franquista era descomunal. Por eso llegué a la conclusión de que la única forma objetiva de acotar la investigación era ceñirme a los campos de concentración oficiales, es decir, a aquellos que el propio ejército franquista y luego la dictadura definía como tales. Había algunos que estéticamente respondían a lo que nosotros pensamos que es un campo, un terreno rodeado de alambradas al aire libre con barracones de madera… y, sin embargo, oficialmente era un destacamento penal, una colonia agrícola penitenciaria… Por ejemplo, la isla de San Simón, en Vigo, por su estética, por el sufrimiento de los prisioneros, podría serlo, pero objetivamente no lo era porque recibía otra denominación por parte de las autoridades franquistas.
P. Hay otros lugares que menciona en este libro que, por tanto, quedarían fuera de esta clasificación: 22 para hospitales de prisioneros, 17 para brigadistas internacionales y extranjeros, 35 para evacuados y depósitos de presos e, incluso, 25 dudosos. La complejidad resulta evidente…
R. Uno de mis objetivos era que esta obra no fuera un punto final, sino un punto y coma, que sirva de hilo para que se pueda seguir investigando. Yo he elaborado un listado de 296 campos de concentración que he conseguido documentar fehacientemente. Ahí no hay ningún tipo de duda. De hecho, son más de 296, pero yo no quería batir récords en el listado, con lo cual lo que he hecho en algunos casos, por pura lógica, es agruparlos. Es el caso, por ejemplo, de León, dónde había un gran campo central (San Marcos) y otros tres de menor tamaño, es decir, un único complejo concentracionario. Si hubiera sido muy escrupuloso, o quisiera haber batido récords, saldrían más de 300
P. Al margen quedaban, por tanto, cárceles, prisiones provisionales, flotantes… Además el régimen creó un vasto sistema de trabajos forzados compuesto por diferentes tipos de unidades, distintos batallones de trabajadores que, no obstante, dependían de la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros (ICCP) creada en 1937. ¿Dónde quedarían integrados estos batallones de trabajadores?
R. Hay que tomarlo como un todo, el sistema concentracionario eran los campos d concentración y esos batallones de trabajos forzados. Y es muy importante destacarlo para acabar también con otra de las grandes confusiones que ha habido en estos años, pues muchas veces se ha confundido estos batallones de trabajadores y lo que eran las unidades dependientes del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo. Por ejemplo, los destacamentos penales como los tres que trabajaron en el Valle de los Caídos eran lugares durísimos, no hay que quitarles ni un ápice de dureza, pero eran destacamentos penales, dependientes de ese organismo de redención de penas y con un tipo de prisioneros diferentes. Mientras que en el sistema de campo que abordo en esta investigación, los 700.000 y hasta un millón de españoles que yo he calculado que pasaron por los campos de concentración no pesaba sobre ellos ninguna acusación, no habían sido juzgados, ni condenados -es verdad que luego algunos sí pasan por tribunales militares- pero en el momento de estar en campos y batallones no han sido ni juzgados ni condenados.
En el caso de las otras unidades, presos dependientes del Patronato de Redención de Penas como los del Valle, sí eran presos que habían pasado por la cárcel y habían sido juzgados y condenados, por supuesto sin olvidar un matiz: juzgados y condenados por tribunales ilegítimos, en base a leyes ilegítimas y en procesos judiciales en los que no tenían ninguna capacidad ni derecho a defenderse. En los sumarios se aprecia que esos procesos duraban una hora, se realizaban en grupos de veinte en veinte, sin tiempo para analizar cada caso concreto, y el abogado era un militar franquista que siempre reconocía la culpabilidad de sus acusados y que se limitaba a pedir clemencia. Así eran los juicios franquistas. Por eso es importante distinguir entre unas unidades y otras: entre las que formaban parte del sistema concentracionario, con prisioneros sobre los que no pesaba ningún tipo de acusación, y esas otras unidades de presos dependientes del Patronato de Redención de Penas que sí habían sido juzgado pero con esas condiciones que hemos comentado.
P. Con el tiempo se aprecia alguna evolución en la estructuración de los campos, pero sobre todo mucha improvisación. ¿Qué supuso la creación de la ICCP?
R. A partir de julio de 1937, Franco se da cuenta de que la guerra va para largo, por lo que trata de aprovechar mejor esa masa de prisioneros que tenía en su poder. La ICCP, con Luis Martín Pinillos al frente, nace ese año para centralizar el sistema y sobre todo evitar que hubiera un descontrol a la hora de clasificar a los prisioneros, que era una de las misiones fundamentales de los campos. Con ella se establecen normas de funcionamiento: control directo de algunos recintos, procesos de clasificación de presos bajo un único patrón, sistematización de batallones de trabajadores forzados… Pero al proceso le cuesta mucho avanzar y se bloquea. Hay campos de concentración que se saturan de cautivos porque no se organizan los batallones. Da una sensación de cierta chapuza, hay una improvisación constante y una resistencia de los generales a ceder competencias. Y esto afecta directamente a la vida de los que están en los campos, lo que se traduce en más hambre, más saturación y más muerte.
P. ¿Qué parámetros se utilizaban para clasificar a los prisioneros?
R. El procedimiento clásico era pedir información en sus localidades natales, solicitar informes. El problema es que de muchos republicanos, los que por ejemplo eran de Madrid o Barcelona en 1936-1938, era imposible conseguir informes. En cambio, los que pertenecían a lugares que habían caído bajo el poder de las tropas franquistas los informes siempre venían firmados por las mismas personas: el alcalde, el cura, el jefe de guardia civil y el de Falange. Esos cuatro personajes decidían sobre la vida y la muerte de los prisioneros. Más allá de que se les acusase de cosas graves, como asesinatos o quema de iglesias, en los informes lo que se lee es si iban a misa o si habían pertenecido a alguna organización republicana, electa o no. Este era el síntoma clave para definir al prisionero como irrecuperable o recuperable.
A partir de ahí se agrupaban básicamente en tres grupos: primero, los prisioneros considerados irrecuperables, miembros destacados o militantes activos de organizaciones vinculadas a la II República y también oficiales del ejército republicano. El destino de este grupo era directamente ser juzgado por un tribunal militar, dirimiendo si debían ir a la cárcel o al paredón. Luego había un segundo gran grupo con informes negativos, pero no considerados especialmente graves. Es curioso que aquí se incluían también los prisioneros dudosos, aquellos que residían en zonas bajo control republicano y que, por tanto, apenas existía información sobre ellos ni se sabía de qué pie cojeaban, algo que no les libraba sin embargo de acabar engrosando los campos ni de sufrir torturas y reeducación. De este grupo salía el gran núcleo que conforma los batallones de trabajos forzados. Finalmente, el tercer grupito, más reducido, era el que lograba demostrar, a través de sus familiares y con informes favorables, que eran afectos al régimen. Fueron puestos en libertad, especialmente durante la guerra, para realistarlos inmediatamente en el ejército franquista.
P. ¿Sería un error caer en la comparación de los campos franquistas con los que Hitler abrió por toda Europa?
R. Yo hablo de que debemos huir de la sombra de Auschwitz. Tenemos que huir de la comparación, porque al lado de los seis millones de judíos exterminados o de los millones de gitanos y resto de prisioneros asesinados en los campos de concentración nazis todo parece pequeño, las víctimas parecen menos víctimas. Es un error profundo. Hay que estudiar cada sistema concentracionario en sí mismo. Todos tenían la misma finalidad: la represión, el exterminio, la reeducación, el sometimiento y la humillación. Pero cada uno tenía sus necesidades y Franco hizo el suyo a imagen y semejanza. Sobre todo buscó que los que salieran vivos de allí que lo hicieran lo suficientemente amedrentados y con el cerebro mínimamente lavado para que no supusieran ningún tipo de amenaza para esa nueva España que quería construir.
P. ¿Qué ocurrió con los campos y sus prisioneros tras el final de la guerra?
R. A partir de noviembre de 1939 se cierran bastantes, pero hasta 1947 con el de Miranda de Ebro y 1948 con la disolución del último batallón de trabajadores formado en los campos no finaliza el sistema concentracionario de Franco surgido en la guerra. Pero yo me negaba a cerrar ahí el capítulo, porque no es verdad que ahí acabe todo. Para empezar, los prisioneros que salían en libertad lo hacían de forma muy condicionada, estaban en sus pueblos siempre controlados, vigilados y humillados por sus vecinos. Eran detenidos a la menor sospecha o por puro ánimo de revancha, de venganza, de diversión o de noche de borrachera (muchos testimonios de víctimas apuntan directamente a grupos de falangistas). Pero además eran sometidos al último empujón represivo, la represión económica: les incautaron sus tierras, sus empresas y luego no les permitían acceder a la mayoría de puestos de trabajo, cualquiera mínimamente destacado, desde funcionarios en correos, ayuntamientos, barrenderos… no se les permitía acceder. Muchos debían sobornar y pedir prestado a familiares y vecinos para lograr un sello que les habilitase para trabajar.
Y unido a esto hay una transformación sobre todo desde 1945. Franco empieza a hacer guiños hacia los Aliados, a blanquear su régimen, por lo que no crea campos de concentración, sino recintos con otros nombres pero que me he negado a no recoger en el libro. No forman parte de este listado de casi 300 porque he querido ser riguroso, pero me costaba no mencionar lugares como la colonia penitenciaria de Tefía, en Fuerteventura, donde se recluyó a prisioneros por ser homosexuales en medio del desierto de la isla y rodeados de alambradas, sometidos a humillaciones hasta 1966; tampoco quería obviar otros espacios similares destinados a personas que fueron abocadas a la indigencia tras la represión económica que sufrieron al salir de los campos. También me parecía injusto olvidar dos campos oficiales que, aunque no eran para prisioneros españoles, confinaron a combatientes marroquíes de la guerra de Ifni en Canarias entre 1958 y 1959.
P. La vida cotidiana en los campos de concentración estaba claramente marcada por el miedo, el frío, el hambre, las enfermedades, las torturas, las ejecuciones… pero en ocasiones quedaba algún resquicio para el ocio (música, pintura…). ¿Cómo era ese día a día de los prisioneros? ¿Cómo lograban evadirse?
R. Era muy complicado. Es verdad que aquí dependía mucho de cada recinto. Había algunos en los que no se trabajaba absolutamente nada y otros en los que se trabajaba todo el día. Ese hecho cambiaba mucho la capacidad de encontrar un rato para charlar con los amigos, por ejemplo. A mí me impactó mucho saber que en el campo de concentración de San Marcos en León, que por cierto hasta donde he podido investigar creo que fue el más duro del franquismo -a pesar de lo duro que eran todos-, los prisioneros contaban que hacían un tablero de ajedrez artesanal y las piezas las fabricaban con migas de pan, pero raramente acaban la partida porque se comían las migas del hambre que tenían. Me impresionó mucho también el parchís que un prisionero fabricó a mano para su hija en sus ratos libres en el campo.
Los prisioneros, la mayoría muy convencidos con sus ideas, intentaban en cualquier caso resistirse a ese sometimiento intelectual, ideológico y religioso al que les querían someter en los campos. Y para ello fue fundamental la solidaridad. He localizado muchos testimonios de cómo intentaban ayudar al prisionero que se encontraba más débil, cómo trataban de compartir la poca comida que tenían con el que estaba enfermo… Y también es importante destacar el papel que jugaron los médicos republicanos allí encerrados, quienes a falta de médicos oficiales, inexistentes en la mayoría, buscaron suplir esa función y curar a sus compañeros confinados en los campos.
P. ¿Hubo mujeres en los campos de concentración de Franco?
R. Dentro de la mentalidad machista del franquismo parece ser que no cabía que las mujeres estuvieran en este tipo de recintos. En general, la represión de la mujer republicana se dio, por un lado, en los pueblos, con mujeres rapadas, obligadas a beber aceite de ricino y a pasear mientras se hacían sus necesidades encima, pero sobre todo se llevó a cabo en las cárceles. No obstante, sí se ha podido documentar la presencia de algún grupo de mujeres en campos como el de San Marcos (León), Cabra (Córdoba), Los Almendros (Alicante) o el de la playa de Arnao, en Castropol (Asturias). Este último campo, una vez finalizada la guerra, fue destinado sobre todo a operaciones para tratar de acabar con el maquis asturiano. Aquí sí que hubo numerosas mujeres. Yo he encontrado algún listado incluso con nombres y apellidos y la causa por las que eran encerradas en estos recintos: en un 95% de los casos, la causa era por ser familiar de los huidos, es decir, por ser madre, hija o hermana de un republicano que se había exiliado a Francia o a la montaña para luchar con la guerrilla. Ellas acababan en este campo de la playa de Arnao con condiciones terribles y podían pasarse meses o años sometidas a todo tipo de vejaciones y humillaciones.
Luego hay otro aspecto que debemos mencionar al hablar de las mujeres y los campos de concentración de Franco. Y es que aquellas esposas, madres e hijas que acudían a los campos sabiendo que tenían a un ser querido encerrado tras esas alambradas -no en todos pero sí en algunos como la plaza de toros de Valencia o el campo de Castuera- sufrieron algunas violaciones directamente cometidas por los guardianes o el entorno militar que se movía alrededor del recinto. Hay testimonios de que los guardianes chantajeaban a las mujeres que intentaban entregarles comida y ropa a sus seres queridos. Les exigían someterse a sus deseos y caprichos sexuales para que sus familiares recibieran mejores tratos. Hubo una faceta de represión especialmente cruel que a veces olvidamos y que yo quería recoger también en este libro.
P. ¿Qué rol jugó la Iglesia en el sistema concentracionario?
R. La función del capellán era clave para el régimen. La conversión de los cautivos era el último objetivo. Les habían vencido en el campo de batalla y querían hacerlo también en su intelecto, lavándoles el cerebro, obligándoles a comulgar, violando el secreto de confesión del prisionero y forzándole a contarlo todo… Y en cambio todo esto que es estremecedor en algunos casos suscitó el efecto adverso. Un prisionero contaba que San Marcos era una auténtica «fábrica de rojos», porque el que pasaba por allí, después de sufrir torturas, malos tratos, crueldad…, salía convencido de todo lo contrario. Se reforzaban sus ideas tras padecer la represión de sus captores.
P. Muchísima bibliografía, testimonios de víctimas, entrevistas, documentos de archivos… ¿A qué dificultades se ha enfrentado a la hora de acercarse y estudiar las fuentes disponibles y, sobre todo, poner orden a toda esa información?
R. Hay muchas. La primera, la destrucción masiva de archivos. La segunda, la dispersión de los que no han sido destruidos. Hay archivos y documentos que nadie sabe dónde están. Archiveros con los que tienes confianza te confiesan que hay docenas cajas con documentos que no han tenido tiempo de abrir y analizar, por lo tanto mucho menos de incorporar en un fichero que puedan consultar los investigadores. Y luego otro problema es la magnitud de la investigación. Hablamos de 300 campos de concentración y muchos más… cada campo en una localidad… era toda España, eran las islas, el Protectorado de Marruecos… Pero yo quiero siempre destacar que considero esta investigación como algo coral, me ha ayudado muchísima gente, decenas de personas, el capítulo de agradecimientos es eterno y me habré olvidado de gente. Porque lo que he buscado han sido cómplices de la historia, cómplices de la memoria. En muchas localidades he intentado encontrar algún cómplice que me echara una mano a bucear en los archivos, a preguntar a los mayores del pueblo. Luego había trabajos estupendos ya realizados, monografías fantásticas, investigadores que habían estudiado un campo de concentración concreto.
No digo con todos, pero sí he logrado hablar con el 90-95% de quienes han investigado este tema en toda España. Por eso lo que he intentado ha sido un trabajo doble: de investigación, por supuesto, pero también de recopilación, porque el objetivo era dar una imagen global de todo lo que supuso y me parecía absurdo que si ya había una gran investigación sobre campos, como el de San Marcos o el de Orduña (Vizcaya), volver a repetirla por mi cuenta o ignorarla por el hecho de no haberla hecho yo. Por tanto, lo que he intentado es recopilar esos trabajos previos -referenciándolos y destacando la labor de sus autores- para hacer un trabajo global que insisto que es una obra coral. El trabajo del historiador local que investiga su pueblo es importantísimo para tener una composición global de lo que ocurrió en toda España. A falta del trabajo de las instituciones, que no han hecho nada en todos estos años, en aquellos lugares donde un archivero o un historiador local se ha preocupado de investigar en los archivos de su municipio y ha recabado cuatro testimonios eso ya queda ahí para siempre y afortunadamente facilita el trabajo para poder seguir investigando.
P. En algunos casos se han llevado a cabo acciones para la resignificación de estos lugares de confinamiento (como la colocación de placas o monolitos en recuerdo de las víctimas en Miranda de Ebro o en Los Almendros) o hay proyectos en marcha para evitar que caigan en el olvido, pero otros (como la plaza de toros de Badajoz) han sido incluso demolidos. ¿No debería trabajarse más por la recuperación de la memoria de estos espacios de represión?
R. Creo que apenas en 12-15 campos de concentración franquistas hay placas recordando lo que sucedió, informando de lo allí ocurrido. Y, sin embargo, en el resto no hay absolutamente nada. Muchos de esos espacios son las plazas de toros dónde asistimos a conciertos, campos de fútbol a los que acudimos a un espectáculo deportivo o la iglesia a la que vamos a rezar. ¡Qué menos que colocar una placa informando del sufrimiento que se vivió allí! Hay resistencia a conocer la verdad porque al final llegamos al origen de muchos asuntos. Y es un error, porque aquí yo creo que nadie quiere criminalizar a ningún abuelo, nadie quiere ahora revisionismo caso por caso, se trata de conocer la Historia. Hay que señalar, eso sí, a los principales verdugos, a los generales que ordenaban todas estas masacres, a los falangistas más criminales… Pero sobre todo se trata de conocer lo que fue el conjunto de aquella dictadura y de aquel golpe de estado que acabó con la democracia republicana, democracia que tenía muchos defectos, pero democracia al fin y al cabo. La nuestra también los tiene y espero que nadie los utilice nunca para justificar que se pueda dar un golpe contra ella. Solo en el momento que consigamos poner la Historia en su lugar y que los chavales la estudien en las escuelas habremos dado el primer paso para convertirnos en un país «normal», como lo son Alemania o Francia con sus problemas, sus defectos y su ultraderecha, que también la tienen, pero conociendo al menos su historia.
P. Lo que parece evidente es que con este libro no acaba la investigación sobre los campos de concentración de Franco. De hecho, usted ha habilitado una página web con un mapa interactivo en el que facilita datos relevantes sobre la localización de estos recintos, su tipología o su duración. ¿La idea es seguir ahondando en el conocimiento de esta realidad, rescatarla del olvido y quizás crear una red de intercambio de información para los familiares de las víctimas pero también para conocer mejor la cartografía de la violencia franquista?
R. La verdad es que busco todos los elementos que has comentado. Este mapa interactivo, esta página web, tenía que haberla hecho el Estado hace muchísimos años. Yo me planteé a lo largo de estos años que muchas grandes obras, investigaciones, libros en los que se plasman las memorias de nuestros abuelos y de represaliados del franquismo habían quedado descatalogadas, en el olvido… Ahora tenemos herramientas que no teníamos entonces. Y para mí, una investigación que se quede solo en un libro sinceramente me produce mucha tristeza. Por eso decidí crear una web en la que volcar un resumen de mi investigación muy somero pero sobre todo ese mapa interactivo para que la gente pueda ver si en su pueblo, en su ciudad o cerca de donde veranea había un campo de concentración. Y que eso quede ahí para siempre, ese era el objetivo.
Me ha emocionado mucho que, desde que salió el libro, sobre todo a través de las redes sociales, hay mucha gente que hace comentarios del estilo “mi abuela nunca había hablado de esto y al ver el libro y comenzar a leerlo ha empezado a contarme cosas que me dejan con la boca abierta», o “yo no sabía que en mi pueblo, en ese lugar donde he ido tantas veces de pequeño había un campo de concentración, voy a ver si me entero de más, voy a preguntar a mis mayores». Lo digo en el libro: pregunten a sus abuelos, a sus bisabuelos y bisabuelas… porque seguro que ellos son también protagonistas de este libro y por el miedo, primero, y por la insolidaridad e injusticia, después durante la democracia, les hemos tenido olvidados, han tenido que estar callados y aunque muchos estén ya muertos teníamos y tenemos que recuperar sus historias.
*Entrevista publicada en La Aventura de la Historia, número 247.
Los campos de concentración de Franco
Carlos Hernández de Miguel
Barcelona, Ediciones B (Penguin Random House), 2019
556 págs., 24,90 €