La catastrófica aniquilación en lo profundo de Germania de tres legiones y sus correspondientes unidades auxiliares en septiembre del año 9 d.C. provocó una reacción de consternado estupor en Roma. Autores como Suetonio y Dion Casio describen los prodigios funestos que se produjeron y el miedo del pueblo a una invasión bárbara de Roma como las de antaño. Incluso Suetonio nos describe a su primer ciudadano, un Augusto ya mayor, apostrofando furioso por los pasillos al espíritu de su difunto general: “¡Varo, devuélveme mis legiones!”.
La pérdida militar había sido muy considerable, ya que sumaba más del diez por ciento del total del ejército romano en todo el Imperio. Pero una vez pasado el temor inicial, Augusto tomó medidas prontas y eficaces, basadas en la existencia de fuerzas todavía considerables en la zona de operaciones del Rin, y en la parálisis de los victoriosos germanos. Tiberio, heredero al trono y experimentado general, fue enviado de inmediato para estabilizar la situación en el mismo año 10, lo que, según Veleyo Patérculo –que vivió en la época–, hizo con eficacia.
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