Derrengados, aún jadeantes, los 18 perros supervivientes ignoraban las muestras de júbilo de aquellos bigotudos. Envueltos en pieles de foca, con apenas una rendija al exterior para que salieran mirada y resuello, la expedición brincaba y lanzaba vítores. Cuando cesó el alboroto llegó el protocolo, solemne liturgia en silencio para plantar una bandera noruega que pronto quedó acartonada por el frío.
Tras casi dos meses de inhumana empresa, de temperaturas por debajo de 60 grados, de canes sacrificados para alimentarse, de evitar la disentería, el mal de altura y la hipotermia, quedaba hollado y conquistado el Polo Sur magnético. Ocurrió hace más de cien años, el viernes 14 de diciembre de 1911 y elevó al Olimpo de los aventureros inmortales al noruego Roald Amundsen.
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